Cuidar a Rosella
Cuando tenía 21 años, el tobillo lesionado de mi abuela Rosella causó que se cayera y se quebrara el brazo. Es curioso que algo tan tonto como una caída pueda tener consecuencias graves para toda una familia. Pero debido a que tenía 81 años y tenía otras dolencias existentes, no sanó de forma rápida o fácil. Estaba postrada en la cama y necesitaba ayuda.
En mi familia, al igual que en muchas familias, las mujeres son las cuidadoras. Mi abuela tuvo cinco hijos, tres varones y dos niñas. Uno de mis tíos y mi madre vivían fuera del estado e hicieron lo que pudieron para apoyar a mi abuela durante este tiempo. Mis otros dos tío vivían cerca y ayudaban a cuidar a su madre cuando podían, pero no les costaba ver a su madre postrada y se sentían incómodos haciendo algunas de las cosas requeridas para cuidarla, como bañarla y cambiarla. Así es como mi tía Philomena se convirtió en la principal cuidadora de mi abuela. El resto de nosotros (los nietos y los hermanos) ayudábamos cuando podíamos.
Mi oficina estaba a unos 20 minutos de la casa de mi abuela, así que yo ayudaba en la semana durante el almuerzo. Le llevaba boletos de lotería junto con su sándwich de pescado favorito. Hacíamos lo de costumbre: hablar, chismear y comer. En esos momentos solía contarme las historias que a uno le encanta oír de los ancianos. Me contaba sobre la vida en su época, las citas con mi abuelo, y las cosas que mi madre, mi tía y mis tíos hacían cuando eran pequeños y los líos en los que se metían. Pude escuchar los encantadores detalles de una vida bien vivida. Siempre me iba de su casa sintiéndome tranquila y cerca de ella.
También hubo partes difíciles.
Como estaba postrada, la abuela no podía hacer todas las cosas que había hecho toda su vida. Ni siquiera podía caminar hasta el baño. Una mujer que había sido muy independiente ahora necesitaba que alguien la cambiara, y nos rompía el corazón porque sabíamos que no le gustaba. Fue difícil para ella aceptar ese tipo de ayuda y fue difícil para todos nosotros verla lidiar con eso. Me preocupaba su salud a largo plazo. Sabía que mientras más tiempo permaneciera en cama, menos probabilidad había de que alguna vez se levantara.
También veía que mi tía lidiaba con la enorme presión de cuidar a su mamá. Muchas mujeres experimentan estrés del cuidador, y esto tiene verdaderos efectos en la salud mental y física. Los cuidadores tienen mayor riesgo de sufrir enfermedades cardíacas, cáncer, diabetes y artritis. Pueden tener sistemas inmunológicos más débiles, problemas con la memoria a corto plazo y problemas para prestar atención. Las mujeres cuidadoras, en particular, tienen más probabilidades de sufrir de ansiedad y depresión y de subir de peso por el estrés. No sé si el cuidar de mi abuela pudo haber afectado la salud a largo plazo de mi tía, o en qué modo, pero sí sé que mi tía, que alguna vez fue muy activa, no se ocupó de sí misma durante este tiempo como solía hacerlo. Solo puedo imaginarme lo difícil que debe haber sido para ella.
Si estás cuidando a un cónyuge o a un ser querido, hay cosas que puedes hacer para aliviar el estrés del cuidador, cosas que ojalá hubiera sabido en ese entonces para compartirlas con mi tía. Pedir ayuda (y aceptarla) es una de las principales, ya sea ayuda de los miembros de la familia, un grupo de apoyo o una organización de servicios diurnos de cuidado de adultos o servicios de relevo. Las agencias de atención médica domiciliaria y los servicios de entrega de comida pueden facilitar un poco las demandas del día a día. Algunos hospitales incluso ofrecen clases sobre cómo cuidar a alguien que está enfermo o lesionado. El Buscador Nacional de Cuidados para Adultos Mayores (versión en inglés) puede ayudarte a encontrar recursos locales, y algunos están cubiertos por el seguro, Medicare y Medicaid.
Pero lo más importante es cuidarte a ti mismo. Ya sea que te tomes tiempo para estar con amigos, hagas ejercicio, hables con un consejero o vayas al médico por tus propias dolencias, cuidar de ti mismo te ayuda a cuidar mejor de tu ser querido.
Si pudiera regresar a ese momento, haría algunas cosas de un modo distinto. Atesoraría más los momentos tranquilos con mi abuela y prestaría más atención a sus historias. Haría más preguntas y en verdad escucharía las respuestas. Pero principalmente, ayudaría más a mi tía y la incitaría a que pidiera más ayuda a mi madre o a sus hermanos. Buscaría un servicio mucho antes de lo que lo hicimos para que pudiera tener más tiempo para ella. Le preguntaría más seguido cómo está.
Es natural querer cuidar a nuestros padres y abuelos. Los conocemos muy bien y queremos asegurarnos de que estén a salvo. Pero eso no quiere decir que debemos renunciar a todo lo demás. La abuela no quería que ninguno de nosotros pasara todo su tiempo cuidándola. Ella quería que también viviéramos nuestras vidas. Y al igual que con tantas otras cosas, la abuela tenía razón.